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Cómo las mascotas influyen en nuestras vidas

Este cambio cultural se refleja en nuevas formas de relación entre humanos y animales.

Ricardo Iacub, Doctor en Psicología, especialista en Tercera Edad

 

 

A medida que avanzamos en la vida, tendemos a cambiar algunos de los objetivos que marcaron nuestra vida adulta y que se centraban principalmente en la familia y el trabajo. Se adquieren nuevas dimensiones, al dejar de centrar la vida cotidiana en obligaciones que impregnan un ritmo acelerado y alienante, para encontrar espacios y tiempos más personales. Es aquí donde cobra mayor importancia el afecto, y con él, el espacio afectivo de las mascotas.

 

No cabe duda de que vivimos en un mundo muy diferente en lo que se refiere a las relaciones que mantenemos con las mascotas o con quienes nos acompañan.

 

No cabe duda de que vivimos en un mundo muy diferente en lo que se refiere a las relaciones que mantenemos con las mascotas o con quienes nos acompañan.

La toma de conciencia de su sensibilidad y valor está dando lugar a atenciones que, hace unos años, se habrían considerado una especie de consideración exagerada, rayana en lo absurdo.

No cabe duda de que perros y gatos (y los demás animales que entran en nuestros hogares y corazones) han adquirido derechos cada vez más importantes que, en algunas legislaciones, se asemejan cada vez más a los de los seres humanos. Del mismo modo, los códigos de buen o mal trato parecen evolucionar muy rápidamente hacia una convivencia en la que las personas encuentran límites cada vez más precisos a actitudes calificadas de violentas.

Toda esta transformación está fomentando una industria de cuidados físicos y cosméticos a su disposición, variedades de alimentación diferenciadas según la edad, el tipo de pelo y los problemas orgánicos, así como un conjunto de profesiones y tareas que van mucho más allá de los veterinarios y añaden paseadores, directores de internados, peluqueros y psicólogos.

Mientras que antes estos animales vivían fuera de casa, ya que debían cuidar del hogar o protegerlo de animales menos deseables, ahora viven principalmente dentro y estas tareas son mucho menos necesarias, y a menudo se eliminan para evitar los riesgos que podrían causarles lesiones.

Este cambio cultural, que se traduce en nuevas formas de relación entre humanos y mascotas, es especialmente importante entre las personas de mediana edad y los ancianos, sobre todo a medida que los hijos empiezan a abandonar el hogar o se jubilan.

La gente encuentra que este nivel de compañía restablece las pérdidas asociadas al nido vacío y da sentido al tiempo menos ocupado con el trabajo u otras ocupaciones familiares.

Las personas empiezan a sentir en esta relación una fuerza que conocían, pero que no habían experimentado de esta manera, ya que el tiempo y los afectos eran principalmente otros.

 

La mascota ocupa un espacio de amor que es absolutamente necesario para sus compañeros humanos, y la cercanía se convierte en algo central para ambos, lo que da lugar a que se hable de ellos de forma enérgica y exagerada.

 

Las mascotas reciben una atención sin precedentes que les permite cambiar sus hábitos, como dormir en lugares prohibidos, conseguir mejor comida, tener más tiempo para jugar o viajar.

La mascota ocupa un espacio de amor que es absolutamente necesario para sus compañeros humanos, y la cercanía se convierte en algo central para ambos, lo que da lugar a que se hable de ellos de forma enérgica y exagerada.

Varios estudios demuestran que el vínculo con las mascotas refleja a la persona un afecto altamente incondicional, similar al que se siente con los niños pequeños, aunque con mucha menos responsabilidad.

La autoestima de las personas aumenta como resultado del afecto expresado por sus mascotas, que transmiten un sentimiento muy intenso de necesidad y cercanía. Una anciana dijo que su cachorro era el único que celebraba su llegada con tanta sinceridad.

Al mismo tiempo, las mascotas permiten canalizar una cantidad de afecto muy reconfortante para ambos, que se manifiesta en sus cuidados. Pasearlos, darles comidas más copiosas, llevarlos a ver otros animales o mimarlos cuando se despiertan. Un hombre dijo sentirse satisfecho porque su felino le mantenía más tiempo en la cama y exigía que retozaran juntos.

Estas expresiones dan fe de un encuentro muy agradable, con una comunicación afectuosa y poco ruidosa.

Las investigaciones sobre salud demuestran que las personas mayores, en su relación con los animales de compañía, mejoran su estado físico, como los problemas cardiovasculares, o su estado psicológico, como la ansiedad y la depresión.

La percepción de una mejor salud reduce la frecuencia de las visitas al médico, así como la percepción del dolor y el uso de medicación para el sueño u otros problemas de salud.

Su compañía reduce el aislamiento y el sentimiento de soledad, con los efectos nocivos que generan, y fomenta las actividades y los roles de cuidado que suelen ser muy valiosos para sentirse útil, responsable y querido.

Un dato más, es la mayor sensación de alegría de quienes comparten con animales, que nos muestra el potencial de este encuentro.

Aún con la enorme cantidad de investigación que muestra el beneficio del encuentro humano animal, sigue habiendo una cierta deslegitimación de su valor. Lo que resulta elocuente en los duelos por las mascotas, ya que la sociedad no termina de reconocer lo dificultoso de esta pérdida.

Estamos avanzando hacia sociedades en las que se puedan expresar afectos diversos que multipliquen las formas de expresión y encuentros, así como aprender a conocer los beneficios que pueden promover en cada etapa de la vida.

 

 

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